domingo, 21 de enero de 2007
Reírse es cosa seria
La ligereza en una comedia, bien conducida y con fines específicos, puede ser un valor más que un defecto. El cierto sinsentido que varios filmes ofrecen y que logran con naturalidad superar el asombro, la sorpresa o la incomodidad del público al inicio de una proyección (haciéndolo caer y aceptar su concepción de lo real, lo factible y lo verosímil) puede convertirse en una útil herramienta más para contar una historia.
Tal es el caso de Amor y Muerte (Scoop) de Woody Allen, regreso lúcido y exitoso a los terrenos de la comedia del director neoyorquino que parece estar viviendo un segundo aire en una carrera llena de grandes momentos.
Para aquellos familiarizados con la filmografía de Allen no es una sorpresa que la comedia tome de nuevo un punto central, aunque con una aproximación muy distinta a las de anteriores épocas. Ya no es ese delirio imaginativo en exceso de sus primeros años con Bananas, El dormilón o Todo lo que siempre quiso saber sobre sexo, ni tampoco la sosa e insípida simpleza de la etapa de La maldición del escorpión de Jade o Pícaros ladrones.
En estos momentos Allen ha alcanzado una nueva madurez estilística y temática (también en sus filmes dramáticos como Match Point), justo en la que puede ser bautizada como su Época Londinense, que sabe entregar a nuevos públicos, a nuevas audiencias que así son introducidas al trabajo de uno de los más prolíficos realizadores de los últimos tiempos.
Y para ello, el director hace lo que muy pocos alguna vez imaginamos que sucedería: que él habitara la periferia de la historia para dejar los reflectores y la cámara concentrados en alguien más. Incluso, como sucede en la muy lograda Match Point, Allen dejó de escribir sobre si mismo, y sus personajes centrales ya no son ese intelectual in extremis, harto cansado del mundo, sus filosofías y modas, sino que se entrega por completo a temas que no estarían relacionados directamente con su experiencia, con su psique o con su forma de ser.
Amor y muerte es una cinta de enredos, de suposiciones y de personajes mostrados a medias (con un propósito para que así sea), de claves y secretos que lentamente se develan, de apariciones mágicas y de una Scarlett Johansson que prefiere dejar por ratos la sensualidad galopante que la caracteriza por una interpretación que ingresa en los terrenos de la sátira y la parodia con la personificación de una inocente y torpe aspirante a periodista con una ética tan fácil de dejar atrás como fácil para quitarse el vestido a la hora de acercarse a sus posibles objetos de investigación pronto convertidos en amantes.
Sin embargo, a pesar de que tantas cosas hayan cambiado y sean novedosas en la reciente filmografía del conocido realizador, esta no deja de ser una película con el sello de Allen, quien no pierde el dominio de los diálogos sucintos y espontáneos, llenos de simpática naturalidad y de la propia paranoia-creativo-narcisista del realizador, llenos de guiños y referencias a cuestiones cotidianas y sociales que suelen estar en la mente de cualquier espectador y que provocan la carcajada sonora o la risa cómplice al escucharse.
Para quien se anime, Amor y muerte es la oportunidad de ver una cinta de comedia con un cierto estilo clásico, bien llevada y entretenida, de un director cuyo nombre ya rebasó la prueba del tiempo y quien sin duda ahora nos está demostrando que aún nos dará mucho de que hablar (y escribir).
PD.- Por cierto, es increíble que la distribuidora de esta cinta haya decidido rebautizarla como Amor y muerte, no sólo porque esta frase nada tiene que ver con una posible traducción de la palabra Scoop, sino porque se convierte así en la segunda cinta de Woody Allen que tiene este título... o quizás las brillantes cabezas de Artecinema no recuerdan esa maravilla fílmica dedicada a un hilarante análisis de la literatura rusa que se llama Amor y muerte, la última noche de Boris Grushenko, también dirigida, como ya dijimos, por Woody Allen.
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