La adaptación cinematográfica de una obra literaria suele presentar retos mayores que un proyecto fílmico cualquiera. Como suele suceder, las hordas de seguidores y fanáticos de la obra original se muestran celosos (casi o más que el autor mismo) de lo que una versión para cine pueda proponer o mostrar.
Para entender y analizar con un asomo de objetividad un filme de estas características, hay dos puntos que deben atenderse con total atención. 1) Ninguna obra para cine podrá mostrar todo lo que el universo literario haya ofrecido, de ahí partimos a que es, si se quiere ver así, una obra nueva, distinta, reflejo de otra pero innecesariamente debe pensarse en una versión fiel y exacta pero con imágenes. 2) El cine, como casi todas las artes, tienes sus propias reglas de análisis e interpretación (ni me hagan entrar en esos detalles que me podría llevar mucho más de una entrada, sólo confíen en que después de mucho estudio al respecto ya me comienza a quedar claro cuales son… o al menos eso querrán pensar mis ex profesores en varias escuelas de cine), lo que obliga a un ejercicio distinto a la mera comparación entre lo cinematográfico y lo literario, donde por obvias, practicas y, si gustan, fáciles razones, una película podría perder al lado de un libro. Aquel que vaya al cine buscando ver lo que imaginó en sus tiempos de lectura (lugares y personajes) o que se resalten sus pasajes favoritos por encima de los que una narrativa cinematográfica necesita, no logrará más que decepcionarse, y este es el primer punto para hacer un mal análisis de una adpatación... o echarse a perder una posible buena película.
Para entender y analizar con un asomo de objetividad un filme de estas características, hay dos puntos que deben atenderse con total atención. 1) Ninguna obra para cine podrá mostrar todo lo que el universo literario haya ofrecido, de ahí partimos a que es, si se quiere ver así, una obra nueva, distinta, reflejo de otra pero innecesariamente debe pensarse en una versión fiel y exacta pero con imágenes. 2) El cine, como casi todas las artes, tienes sus propias reglas de análisis e interpretación (ni me hagan entrar en esos detalles que me podría llevar mucho más de una entrada, sólo confíen en que después de mucho estudio al respecto ya me comienza a quedar claro cuales son… o al menos eso querrán pensar mis ex profesores en varias escuelas de cine), lo que obliga a un ejercicio distinto a la mera comparación entre lo cinematográfico y lo literario, donde por obvias, practicas y, si gustan, fáciles razones, una película podría perder al lado de un libro. Aquel que vaya al cine buscando ver lo que imaginó en sus tiempos de lectura (lugares y personajes) o que se resalten sus pasajes favoritos por encima de los que una narrativa cinematográfica necesita, no logrará más que decepcionarse, y este es el primer punto para hacer un mal análisis de una adpatación... o echarse a perder una posible buena película.
Vale la pena hacer memoria de otras obras de la literatura adaptadas al cine, unas de forma más literal, otras de modo más libre, pero demostrando que una buena adaptación no es aquella que se parece más, sino la que mejor sabe utilizar el punto de partida original para transformarlo a un lenguaje distinto. Sería pues el caso de El corazón de las tinieblas de Conrad convertida en Apocalipsis Ahora, La última tentación de Cristo de Kazantzakis a la cinta de Scorsese del mismo nombre, El padrino de Puzo a El padrino de Ford Coppola, el Hamlet Shakesperiano traducido novedosamente por Branagh, Zeffirelli o Laurence Olivier, los delirios psicológico-patológico-psicóticos cuasi reflejos generacionales de American psycho de Bret Easton Ellis adapatados por Mary Harron para cine, y más recientemente el universo de Tolkien llevado a la pantalla grande por Peter Jackson en la trilogía de El señor de los Anillos, por mencionar sólo algunos casos.
Toda esta larguísima introducción viene a razón de El perfume, película recién estrenada en México, adaptación de ese excelente libro de Patrick Suskind, del mismo título.
Quienes hayan leído el libro sabrán que se trata de una obra ejemplar, precisa y totalmente cautivante. La historia de un hombre que posee un olfato con una capacidad más allá de lo imaginable y el torbellino emocional y personal que vive con este don que también es su pesadilla, es sin duda uno de los best sellers de los últimos tiempos, sin olvidar que se trata de una vívida recreación del etéreo y casi fantasmal mundo de los aromas y los olores.
Sin embargo, el gran logro de esta película (a favor tanto de aquellos que han leído el libro como de los que no), es a la vez su capacidad sintética y la maestría con la que Tom Tykwer, su director, recrea un universo que se desvanece en cada suspiro, con cada aspiración, con cada nueva inhalación.
No es esta la primera vez que Tykwer demuestra su talento como un excelente narrador, ajeno a categorizaciones de estilo o género, tan prudente en el frenesí estilístico de Corre Lola Corre como en la elegancia cadenciosa de La princesa y el guerrero. En esta oportunidad, Tykwer recuerda lo que fuera una de las máximas de Hitchcock, “si hay algo que no puedes explicar sin palabras, entonces no estás desarrollando bien tu historia visualmente”. Y es así como con una total economía de diálogos, soberbia y de agradecer, el realizador alemán nos lleva de la mano, íntimamente, muy cercanos al protagonista y a sus personajes, por los olfativos mundos de Jean-Baptiste Grenoille.
Tykwer no se entretiene en tratar de recrear cada uno de los sucesos narrados en el original, permite que la narración avance a veces a pasos agigantados pero con ritmo y sentido, prefiriendo darle su merecido tiempo a la visualización de los olores, de los sentimientos, de los pensamientos no hablados, evocando al primer plano con enorme claridad muchas de esas imágenes mentales que Suskind logra en el lector.
El perfume demuestra que por sí mismo un filme puede contar una historia con la misma suspicacia y estilo que su referencia literaria. Con elementos y lenguajes diferentes pero llegando a la misma meta. No esperemos ver los mismos detalles resaltados de algunos pasajes del libro, permitámonos descubrir y disfrutar cómo se resaltan otros más que le dan una propia identidad a la cinta. Y para aquellos que son ajenos al libro, la oportunidad de dejarse atrapar en una experiencia que rebasa lo visual, que se atreve y que conmueve, y eso es algo que no vemos todos los días.
Toda esta larguísima introducción viene a razón de El perfume, película recién estrenada en México, adaptación de ese excelente libro de Patrick Suskind, del mismo título.
Quienes hayan leído el libro sabrán que se trata de una obra ejemplar, precisa y totalmente cautivante. La historia de un hombre que posee un olfato con una capacidad más allá de lo imaginable y el torbellino emocional y personal que vive con este don que también es su pesadilla, es sin duda uno de los best sellers de los últimos tiempos, sin olvidar que se trata de una vívida recreación del etéreo y casi fantasmal mundo de los aromas y los olores.
Sin embargo, el gran logro de esta película (a favor tanto de aquellos que han leído el libro como de los que no), es a la vez su capacidad sintética y la maestría con la que Tom Tykwer, su director, recrea un universo que se desvanece en cada suspiro, con cada aspiración, con cada nueva inhalación.
No es esta la primera vez que Tykwer demuestra su talento como un excelente narrador, ajeno a categorizaciones de estilo o género, tan prudente en el frenesí estilístico de Corre Lola Corre como en la elegancia cadenciosa de La princesa y el guerrero. En esta oportunidad, Tykwer recuerda lo que fuera una de las máximas de Hitchcock, “si hay algo que no puedes explicar sin palabras, entonces no estás desarrollando bien tu historia visualmente”. Y es así como con una total economía de diálogos, soberbia y de agradecer, el realizador alemán nos lleva de la mano, íntimamente, muy cercanos al protagonista y a sus personajes, por los olfativos mundos de Jean-Baptiste Grenoille.
Tykwer no se entretiene en tratar de recrear cada uno de los sucesos narrados en el original, permite que la narración avance a veces a pasos agigantados pero con ritmo y sentido, prefiriendo darle su merecido tiempo a la visualización de los olores, de los sentimientos, de los pensamientos no hablados, evocando al primer plano con enorme claridad muchas de esas imágenes mentales que Suskind logra en el lector.
El perfume demuestra que por sí mismo un filme puede contar una historia con la misma suspicacia y estilo que su referencia literaria. Con elementos y lenguajes diferentes pero llegando a la misma meta. No esperemos ver los mismos detalles resaltados de algunos pasajes del libro, permitámonos descubrir y disfrutar cómo se resaltan otros más que le dan una propia identidad a la cinta. Y para aquellos que son ajenos al libro, la oportunidad de dejarse atrapar en una experiencia que rebasa lo visual, que se atreve y que conmueve, y eso es algo que no vemos todos los días.
3 comentarios:
¡Muy buena reseña! Ahora me pregunto, ¿qué diablos hace la señora Calderón escribiendo de cine teniéndolo a usted en la sección?
En definitiva, sin dominar los términos técnicos que manejas, creo que lo mejor del cine, en cualquier caso, es ir con la idea de divertirse con algo nuevo, llámase adaptación de un libro, de un comic o hasta de un videojuego... de cualquier manera creo que tú lo explicas mucho mejor que yo.
Estoy de acuerdo... mmm.... quiero ver esto publicado YA, maldita sea!
Es: "GRENOUILLE" Arthur... como en rana, va con U!!
sea por Dios...
Publicar un comentario